Viajar y comer son dos formas de descubrir el mundo. Pero en la era digital, se ha sumado una tercera dimensión: capturar ese instante —el plato recién servido, la luz perfecta, el entorno vibrante— para compartirlo con otros, ya sea en redes sociales como Instagram o como parte de nuestro archivo visual personal. Sin embargo, fotografiar comida en el extranjero no es tan simple como apuntar y disparar. Es un ejercicio de sensibilidad, de respeto por la cultura que nos recibe, y también de creatividad.
Este ensayo no es un manual técnico. Es una exploración sobre cómo retratar platos y momentos gastronómicos de manera auténtica, estética y emocional. Porque una buena foto de comida no solo muestra lo que hay en el plato: cuenta una historia sobre el lugar, el instante y quien lo vivió.
1. La cámara como herramienta de memoria emocional
Antes de pensar en filtros o encuadres, es necesario entender por qué fotografiamos comida en nuestros viajes. No se trata solo de provocar apetito ajeno; se trata de conservar una emoción. La comida, especialmente cuando se descubre en un país nuevo, suele ser uno de los recuerdos más vívidos. Nos remite al lugar, a las personas con quienes compartimos el plato, al contexto en que lo probamos.
Fotografiar un ramen en Tokio, unas tapas en Sevilla o un ceviche en Lima no es solo “postear algo bonito”: es congelar un instante de asombro, de encuentro con lo distinto. Por eso, la primera regla es: captura lo que realmente te emocionó. Esa autenticidad se nota en la imagen, incluso antes de cualquier edición.
2. Luz natural: tu mejor ingrediente secreto
Una foto de comida vive —o muere— según la luz. En interiores oscuros, con luces artificiales amarillas o flashes fuertes, los colores se distorsionan y la textura se pierde. Por eso, busca siempre mesas cerca de ventanas, terrazas, mercados al aire libre o restaurantes con buena iluminación natural.
La luz lateral es la más favorecedora: crea volumen, resalta texturas y evita sombras duras. La luz frontal puede “aplanar” la imagen, y la luz trasera, si bien dramática, requiere práctica para no oscurecer demasiado el plato.
¿Una sugerencia útil? Si puedes, espera unos segundos antes de comer, gira un poco el plato, observa cómo incide la luz. A veces, mover el móvil unos centímetros hace toda la diferencia.
3. Componer con intención: más allá del plato
Un error común al fotografiar comida es enfocarse únicamente en el plato, olvidando el entorno. Pero cuando estamos en el extranjero, el contexto lo es todo. ¿Qué hay sobre la mesa? ¿Es de madera envejecida o de mármol moderno? ¿Hay una mano sirviendo sake, un mantel típico, una vista al mar?
Incluir elementos que cuenten algo del lugar enriquece la narrativa. Por ejemplo, una bandeja de dim sum en Hong Kong gana vida si se ve el vapor, los palillos de bambú, los cuencos de té al fondo. Una tostada en Copenhague se vuelve única si capturas la vajilla minimalista escandinava y la taza de café humeante.
Piensa en capas: primer plano, fondo, texturas, colores. No necesitas abarrotar el encuadre, pero sí componer con intención.
4. Encuadre y perspectiva: juega sin miedo
La comida admite múltiples ángulos. Elegir el correcto depende del tipo de plato:
- Plano cenital (90°): ideal para mesas con muchos elementos —tapas, brunches, postres variados— o platos planos como pizzas, ensaladas o sushi. Ofrece una visión ordenada, casi gráfica.
- Plano en 45°: simula la perspectiva natural del comensal. Funciona bien para tazones, hamburguesas o cualquier plato con volumen. Es el ángulo más “humano”.
- Plano frontal o a ras del plato: destaca capas y texturas, útil para pasteles, sándwiches o cafés con arte latte.
Combina perspectivas si puedes. Prueba distintas distancias: una toma general de la mesa, una más cerrada al plato y otra con un detalle (el tenedor cortando, el queso derritiéndose, el vapor escapando). Cada una aporta algo distinto.
5. El factor humano: manos, miradas y movimiento
A veces, lo que vuelve memorable una foto de comida es la presencia humana. Una mano que se acerca con el tenedor, alguien sirviendo vino, una sonrisa al fondo, una conversación en curso. No tienes que capturar rostros completos, pero incluir gestos o manos añade calidez, dinamismo y vida.
Esto es especialmente potente en lugares donde la comida tiene un componente social fuerte: una parrillada en Argentina, un banquete de boda en Marruecos, un desayuno callejero en Bangkok. Mostrar el acto de comer, no solo el alimento, transforma la imagen en relato.
6. La discreción como forma de respeto
Fotografiar comida en el extranjero exige sensibilidad cultural. No todos los restaurantes permiten hacerlo; algunos platos tradicionales son considerados íntimos o sagrados; y en ciertos lugares puede resultar grosero usar el teléfono antes de que todos empiecen a comer.
Lo importante es preguntar si se puede fotografiar, observar el entorno, y actuar con naturalidad. A veces, la mejor foto es la que no se toma, sino la que se vive plenamente.
7. Edición: ajustar sin alterar la verdad
Editar una foto no significa convertirla en una fantasía irreal. Significa potenciar lo que ya está allí. Apps como Lightroom, VSCO o Snapseed permiten ajustar luz, contraste, temperatura y nitidez sin alterar la esencia del plato.
Evita filtros excesivos o saturaciones agresivas. Si el plato tiene colores naturales, déjalos respirar. El objetivo no es que se vea más “instagramable”, sino más cercano a como lo viste y sentiste tú.
8. Cuenta una historia, no un catálogo
En lugar de subir diez fotos del mismo plato desde distintos ángulos, selecciona una que lo represente bien y acompáñala con una pequeña historia: dónde lo probaste, qué tenía, qué te hizo sentir. Eso conecta mucho más que cualquier hashtag.
Una imagen poderosa es aquella que despierta el deseo de estar allí. No solo por la comida, sino por el momento que representa. El pan recién horneado en una panadería de Lisboa, la sopa humeante en una taberna de Cracovia, el coco abierto en una playa de Tailandia: cada uno puede hablar de cultura, de afecto, de sorpresa.
9. Sé paciente: las mejores fotos no siempre son las planeadas
Algunas de tus mejores fotos gastronómicas en el extranjero no serán las de restaurantes famosos ni las de platos elaborados. A veces, serán aquellas captadas de manera espontánea: un puesto callejero, una abuela cocinando, un niño vendiendo dulces. La clave está en estar atento, respetar el entorno y no forzar el momento.
Viajar es una oportunidad para descubrir, y fotografiar comida es una manera de rendir homenaje a esa experiencia. Es más importante capturar lo auténtico que lo perfecto.